La madurez
Desde hace años, las mejores ideas se me ocurren corriendo. Es como si el cerebro trabajase más rápido y fuera más eficiente mientras estoy haciendo esa clase de ejercicio: es ponerme a correr y el cerebro se pone a trabajar a un ritmo que no logro alcanzar cuando estoy en reposo. Y el otro día me vino a la cabeza algo en lo que no había pensado hasta ese momento: la jubilación. De repente, me asusté, “si todavía quedan muchos años, cómo es que me pongo a pensar en ello”. Pero siempre me fío de los pensamientos que surgen mientras corro.
Así que cuando llegué a casa me puse hablar con mi pareja sobre el tema y ella sonrió: “sí, son esas cosas sobre las que hay que ir pensando”. Y también surgió otro tema, el seguro de decesos. Por supuesto, se trata de un tema delicado del que nadie nunca quiere hablar, pero está ahí. Y entonces me dijo que ella había dejado ese tema en manos de sus padres que saben bastante de seguros y le habían contratado decesos adeslas que era la misma compañía que tenían ellos.
Nadie quiere pensar en un desgraciado accidente que suceda en el momento menos esperado, pero así es la vida. Por ejemplo, me puse a pensar en todos aquellos viajes que hemos hecho hasta ahora. Como cuando resbalé en uno de los caminos que conducen al Río Colorado desde lo alto del Gran Cañón. Cuentan que todos los años muere o desaparece alguien en el Gran Cañón. Y es que estamos hablando de un lugar enorme y con caminos muy estrechos algunos de cierto riesgo si no tenemos precaución.
¿Qué hubiera pasado si aquel resbalón no hubiese terminado en un recuerdo gracioso? Cuando estás de viaje, los gastos de repatriación pueden ser cuantiosos. Pero lo peor no es eso: es que nadie está en condiciones mentales como para tomar decisiones cuando se produce un suceso de estas características. No quiero ser agorero, pero es el momento de prevenir y no lamentar en el futuro. Por eso yo también he contratado decesos adeslas: un seguro que contratar y del que después olvidarse, esperemos que durante mucho tiempo.