En el gran hotel
El otro día iba en autobús de camino al aeropuerto y al lado mío iban dos chicas que parecían fotógrafas que iban de viaje para buscar localizaciones. Una de ellas empezó a hablar de un truco que tenía para viajar en primera clase, mientras la otra no parecía prestar mucha atención. A mí me hizo gracia lo que contaba porque yo he viajado bastante y rara vez he tenido esa suerte de que me recolocaran en un asiento o una habitación superior.
Irónicamente, aquel viaje que iba a hacer con mi mujer a Viena estaría marcado por el cambio de habitación. Nos alojábamos en un hotel inmenso en una zona céntrica de la ciudad. Nosotros habíamos seleccionado la habitación más barata, pero cuando llegamos nos dijeron que nos tenían que recolocar… en otro edificio. Algo extraño teniendo en cuenta la cantidad de habitaciones que tenía el hotel.
Al parecer había una feria de turismo y las reservas habían volado en poco tiempo. No nos gustó en un principio que nos cambiaran… hasta que descubrimos la habitación. No era una habitación doble al uso, era una suite inmensa. Cuando el tipo del hotel que nos acompañó descorrió las cortinas y estores quedamos alucinados: teníamos unas vistas increíbles a través de una galería con arcos. Estábamos en un edificio antiguo reconvertido como hotel y dirigido a clientes adinerados, nada que ver con nosotros.
No es que a nosotros nos dieran la suite, es que ese edificio adyacente solo tenía suites… Así que por una vez tuvimos suerte como la chica del autobús. Y ya que estábamos allí pasamos bastante tiempo en la habitación, tachando algunas cosas que íbamos a hacer en Viena. Quizás la habitación se nos subió un poco a la cabeza porque a la mañana siguiente pedimos el desayuno en la habitación: colocamos la mesa donde la galería, descorrimos las cortinas y estores y nos sentimos como dioses con aquellas vistas.
Será difícil en el próximo viaje volver a una habitación doble con vistas al patio de luces o a la lavandería, pero quién sabe, a lo mejor nos vuelven a recolocar.